miércoles, 6 de febrero de 2013

Llamados (I)

-Necesito que me digas la verdad. No me sirve que te apegues a lo que te hacen decir. Necesito que me hables vos, que te olvides del colchón corporativo al que te dejas caer cada vez que te pregunto algo. ¡Contestame vos!
El hombre canoso y arrugado se tranquilizo y bajó la cabeza un segundo para largar un resoplido fuera del tubo. Del otro lado escuchó el sorbido de un moco hacia dentro de una nariz delgada y pequeña. Se extralimitó.
-Disculpame, no tenés la culpa.
-No, disculpame vos, -habló la mujer tratando de disimular la tensión de su laringe constreñida por el llanto que luchaba por ahogar.- Disculpame, te estuve tratando muy fríamente -ya no pudo evitarlo. Lloró.
-Está bien, te perdono, no te preocupes.. Relajate ¿dale? Que te van a ver así y van a hacerte cortar la llamada.
Escuchó un espasmo y más moqueos, la señorita dijo que esperara, que buscaba un pañuelo. Corrió automáticamente el teléfono de la boca. El tubo parecía una sanguijuela bicéfala succionando su oreja y su cuello. Miro el reloj. Cinco y cuarto. Faltaba para la hora de llegada. Escuchó la vibración de las fosas nasales de su alocutaria luchando por sacar de su interior la huella pegajosa de su angustia. Aquí y en otros lados la gripe y la tristeza son cómplices de un grave doble delito semiológico: el parecido de sus manifestaciones ha conducido a las especies a, no sólo considerar al resfrío como un estado desafortunado sino, ya más dolosamente, a aceptar sin reparos que la tristeza es una enfermedad. En términos fisiológicos, asimilamos que una de las funciones del sistema respiratorio es dar pena. La mujer con la que hablaba por teléfono desde hacía unos minutos había activado la función apelativa de sus secreciones nasales o quizás su organismo  consideraba que la culpa era un ataque virótico más.
-¿Estás mejor?
-Sí, dale, sigamos.
-Escuchame bien porque es muy importante. Necesito que te concentres en lo que te voy a pedir. Tenés que seguir todas mis instrucciones. ¿Ok?
Un tímido “sí” asediado por corrientes de aire nervioso le llegó al oído. Finalmente había conseguido atención pero los llantos eran más molestos de lo que hubiera preferido. No era el mejor escenario posible pero era lo que había.
-Está bien. Concentrate en no llorar, pero escuchame, escuchame atenta. Voy a contarte cosas, pero primero necesito que hagas algo… ¿Me escuchás?-Sí, sí. Decime. –se le escuchó entre un espasmo.
-Necesito que marques estos números. ¿Ok?. Cinco… Cuatro… Nueve… Uno… Tres… -entre cada instrucción sonaban los números que la otra debía presionar en el teclado de su teléfono.